Flores, un barrio dedicado a la fotografía

Hoy en día, tomar una foto es una acción sumamente sencilla. Con una cámara, una tablet o incluso nuestro teléfono celular, podemos registrar lo que sea en una imagen. Entonces la modernidad está marcada de alguna manera por la masividad del alcance de las fotografías. Pero esto no siempre fue así. En el siglo pasado, las fotos eran algo de unos pocos o bien se reservaba para alguna ocasión especial de la que se quería tener testimonio. Es común ver fotos de nuestros abuelos o padres cuando eran pequeños en posando en una especie de escenografía o vestidos con alguna temática en particular. Quizás hoy esas fotos nos causen extrañeza, pero son el vestigio de una época en que el retrato era una novedad que se contrataba para un evento especial.

La imagen ha funcionado casi desde los comienzos de la humanidad, como un transmisor de ideas, pensamientos y creencias. Con el pasar de los siglos y la evolución de la humanidad, las imágenes cobraron una nueva función que fue la de registrar; ya sea una acción, un hecho o a una persona. Esta última tarea cobró un gran impulso con la aparición de la fotografía a fines del siglo XIX. Esta disciplina era más veloz que la pintura, quien venía siendo desde hacía siglos la encargada de inmortalizar a las personas. La cámara, superando al pincel y a la mano del artista, en una sola toma podían capturar la imagen más “real” del individuo.

Ya en el siglo XX, el retrato se había configurado como un estilo en sí mismo generando mucho interés en los hombres y mujeres de esa época. Encargar un retrato era un acontecimiento en sí mismo. Quien encargaba solía acercarse al lugar de trabajo del fotógrafo y allí ocurría la magia. Poco a poco el retrato se convirtió en un negocio redituable y los fotógrafos comenzaron a instalar verdaderos estudios fotográficos. Allí armaban escenografías que constaban de objetos y fondos para ser utilizados en las fotografías. Algunos, incluso, poseían prendas para vestir con alguna temática en particular; vaqueros, gauchos, payasos, etc. Hombres, mujeres, niños y familias enteras acudían al menos una vez a realizarse un retrato.

En general estos retratos estaban reservados para alguna ocasión especial; el primer año de una criatura, su primera comunión, un casamiento, una celebración, o incluso un velorio. Los motivos podían variar pero el estilo tan reconocible de esas fotografías, hoy muy preciadas por los coleccionistas, era el mismo; un tono sepia que se difuminaba hacia los extremos de la fotografía y una luz que parecía provenir de un espacio ajeno a nuestra vista. Los retratados podían estar mirando al frente o de tres cuartos perfil, es decir mirando hacia un punto fuera del encuadre de la cámara. Las prendas blancas solían destacarse más por esa luz tan particular que utilizaban quienes tomaban las fotos, mientras que los fondos solían ser de tonos más oscuros y desenfocados para que, precisamente, se destaque la figura.

En la Ciudad de Buenos Aires, estos estudios estaban repartidos por todos los barrios. En Flores particularmente, la cantidad de instalaciones eran notorias y se ubicaban a lo largo y ancho del barrio. Por ejemplo en Rivadavia al 6700 se encontraba una de las casas más conocidas “A. Hernández”. Este estudio se caracterizaba por los retratos de temáticas, donde los personajes vestían disfraces, por lo general en tiempos de carnaval. Vestidas, las mujeres, como damas del siglo pasado, o los hermanos como “el gaucho” y “la china”, eran solo algunos delos motivos más elegidos. También eran comúnes los objetos de escenografía cómo guitarras, bancos, sillas, jarrones o todo aquel elemento que sirviera para completar la escena. Este estudio entregaba los retratos en un cartón troquelado que tenía el nombre y dirección en el frente y la fecha en el dorso. A tan solo una cuadra de distancia, por ejemplo, se encontraba otro estudio llamado Cháryn’s Studio quien realizaba planos más cortos con una luz muy concentrada en el rostro.

Pero como se mencionó antes, los estudios abundaban en el barrio; “A portrait study” en Varela 1139, “Hivá” en Rivadavia 6456, “Foto Tann” en Rivadavia 6283, o “Foto Nocturno” en Condarco 735, “Foto Julmaz” en Bolivia al 2270, “Foto Zyl” en Varela 1139, “Estudio Fotográfico Gloria” en Nazca 392, “Foto Fermoselle” en Rivadavia 8557, eran los estudios que los vecinos florenses podían contratar para sus retratos. Peñas, bautismos, comuniones, cumpleaños, casamientos solían ser los sucesos que ameritaban una fotografía en donde esta funcionaba como un registro para siempre de un momento entrañable. Hoy, esas fotos son preciadas piezas de colección para algunos y pero para otros representa el recuerdo de algún familiar o de un acontecimiento especial. Esas fotografías son el recuerdo de un tiempo pasado, un siglo XX que crecía muy rápidamente y que se convirtió en el escenario de la vida de muchos de nuestros padres y abuelos.

NT