El Museo Barrio de Flores posee fotos, postales, medallas, libros y objetos de la Basílica de Flores. Es un gran símbolo del barrio. Su fiel compañera, junto a la plaza, desde sus inicios como pueblo. Vale la pena aclarar que esto va más allá de creencias o religiones.
La Basílica de Flores, considerada una de las tres más importantes de la ciudad, es una obra monumental. No muchos saben que el imponente templo de columnas estilo corintias fue inaugurado recién en 1883, el mismo año que el pueblo de Flores alcanzó el rango de ciudad. Este no fue el primero, ni tampoco el segundo edificio. De hecho, la capilla original ni siquiera estaba ubicada sobre la Avenida Rivadavia, antes llamada El Camino Real.
El primer templo data de 1806, y fue el paso inicial para fundar el pueblo de Flores. El dueño de las tierras de lo que hoy es el barrio fue Don Juan Diego Flores (las había adquirido en 1776 por 500 pesos de plata), quien al morir en 1801, las dejó en herencia a su hijo adoptivo Ramón Francisco, y éste en el año 1805, siguiendo el consejo de su administrador Antonio Millán –amigo y albacea de su padre adoptivo- decidió fraccionar la parte central de su propiedad, la cual era atravesada por el camino Real, en pequeños lotes para lograr una venta más productiva.
El primer oratorio del curato sobre la actual calle Rivera Indarte, con frente al este: se trataba de una precaria construcción de doce varas de largo, cubierta de azotea con tirantes de lapacho, alfajías de cedro; dos puertas y una ventana. Además como complemento necesario a esta obra, se construyeron también una sala de ocho varas de largo y un rancho de doce, este último de maderas de palma, tijeras de durazno cubierta de paja y paredes de barro y paja. Este templo, si bien llenó las necesidades más urgentes, estaba lejos de responder a las exigencias de su destino. Al poco tiempo comenzó a mostrar filtraciones de agua y graves rajaduras en sus paredes, lo que amenazaba la seguridad de los pocos devotos que lo frecuentaban.
El párroco Martín Boneo dedicó sus esfuerzos a edificar una nueva iglesia y en sólo dos meses consiguió entusiasmar a los vecinos, que apoyaron sus propuestas abriendo una suscripción pública en todo el partido.
El juez de paz resolvió destinar los importes de las multas a los contraventores y los feligreses más humildes ofrecieron su trabajo personal, cal, leña, pan, adobes y pequeñas sumas de dinero. Pero poco habría podido hacer Boneo sin la ayuda de los poderosos: no dudó en contactarse con los referentes de las clases acomodadas de la época para recaudar el dinero suficiente para terminar el templo. Nombró como síndicos de la obra a los terratenientes Juan Nepomuceno Terrero y Luis Dorrego y poco después obtuvo la solidaridad del gobernador Juan Manuel de Rosas, a quien nombró padrino del templo y quien jugaría un papel decisivo para su concreción.
Detrás de Rosas siguió toda la sociedad porteña que rivalizó en distintas donaciones para la nueva iglesia, desde dinero hasta ladrillos, rejas, verjas, puertas de cedro, manteles o alfombras. Entre ellos se encuentran los nombres de Encarnación Ezcurra y su hermana María Josefa, Manuel Vicente Maza, Lucio Mansilla, Angel Pacheco, Juan José Paso, José Rondeau, Gregorio Perdriel, Gervasio Rosas, Juan José de Anchorena y otros.
El ingeniero español Felipe Senillosa (1783-1858), autor de los planos, tomó la dirección de la obra en forma totalmente gratuita. La iglesia tenía un largo de 36 metros por 15 de ancho y una altura de 8. Dos líneas de pilastras, divididas por arcos, separaban el centro de las naves laterales; un baptisterio, dos sacristías, dos torres y un pórtico de seis columnas daban gran belleza al conjunto.
Se inauguró el 11 de diciembre de 1831 con grandes festejos populares que se prolongaron durante toda la semana. Lo consagró el obispo Medrano con la presencia del gobernador Juan Manuel de Rosas y ofreció la primera misa el doctor José María Terrero. Todavía faltaba terminar el pórtico y la segunda torre, que se concluyeron en 1833.
El altar mayor fue realizado con sobras del de la Catedral, valiosas tallas esculpidas por Isidoro Lorea que se adaptaron en forma armónica. En el interior del templo existía un hermoso reloj de pie proveniente de Liverpool, Inglaterra, obsequio de Juan Manuel de Rosas, quien, dicho sea de paso, asistió a la colocación de la piedra fundamental. En el frontispicio del templo podía leerse la siguiente leyenda: “Construido bajo los auspicios del Exmo. Restaurador Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas”, frase que recordaba el notable apoyo recibido y que, curiosamente, no fue retirada después de Caseros sino en 1857 al refaccionarse el edificio.
En abril de 1878 se hizo cargo de la Parroquia el padre Feliciano de Vita, quien encaró la construcción de un nuevo templo para reemplazar el edificado por Senillosa ya que, al aumentar la población con la llegada del ferrocarril, resultaba pequeño y además desentonaba en un ambiente de euforia modernista, donde acaudaladas familias de la ciudad habían construido lujosas casaquintas y cuidados jardines. El nuevo párroco tenía experiencia en la edificación de templos, ya que se había dedicado a esta tarea en sus dos destinos anteriores. Consiguió el primer aporte con la subasta de algunas fracciones de terreno donadas por la municipalidad local y organizando una gran campaña popular, pero luego los trabajos para la recolección de fondos tuvieron que redoblarse. El momento era ideal, ya que las familias económicamente poderosas sentían la necesidad de hacer obras benéficas y bastó que dos o tres hicieran los primeros aportes para que las demás las imitaran.
Se proponían erigir un templo con una extensión de 65 metros de largo por 22 de frente. El 18 de febrero de 1883, después de 3 años y 9 meses, la actual Iglesia de San José de Flores con columnas estilo corintias y representaciones de los apóstoles fue inaugurada en medio de una gran celebración. Sus padrinos fueron el gobernador Juan José Dardo Rocha y la señora Felisa Dorrego de Miró. El nuevo edificio costó 4.058.998 pesos moneda corriente.
En 1911 se concedió a la iglesia de Flores todas las indulgencias y privilegios de la Basílica de San Pedro en Roma, a la que fue agregada, y al año siguiente fue elevada a la categoría de Basílica Menor por el papa Pío X. Mientras que en 1916, el 1° de julio, la Basílica fue consagrada al Sagrado Corazón de Jesús.